Versículo del día: Génesis 24:67
Cada vez que leo este pasaje, donde por primera vez se encuentran los ojos de Isaac y Rebeca, no puedo evitar recordar otra increíble historia de amor que sucediera en mi familia a finales del siglo diecinueve.
Narciso Marrero fue un joven español que cayó herido en un campo de batalla durante la guerra de 1895 entre Cuba y España. Mi tatarabuela, doña Catalina García Agramante, movida a compasión por los heridos de ambos bandos, preparó en su finca un modesto lugar de hospedaje. Allí atendía tanto a cubanos como a españoles.
Después de una sangrienta batalla, entre los españoles que rescataron se encontraba Narciso, mal herido, a quien debido a su estado tan precario todos daban por muerto. La sobrina de doña Catalina se llamaba María Flor. Cuando ella lo vio tirado en el campo su corazón dio un vuelco y sintió que aquel joven era diferente y que debía tratar de salvarle la vida. De modo que entre ella y un niño que la acompañaga montaron en una carretilla al joven español.
El soldado, demasiado débil para hablar, durante dos meses tan solo podría abrir sus ojos. Sin embargo, su mirada estaba llena de cariño, agradecimiento y admiración. Una vez recuperado, durante un intercambio de prisioneros, el joven regresó a España. Al cabo de los años, regresó a Camagüey y pidió la mano de María Flor en matrimonio. Ambos vivieron muy felices y tuvieron hijos gemelos, Mario y Narciso.
Este amor, al igual que el de Isaac y Rebeca, aparentemente comenzó con una mirada; pero en realidad comenzó en el corazón de Dios.
Historias como estas pueden llenar el corazón de esperanza, mientras esperamos encontrar ese amor con quien poder compartir el resto de nuestra vida. No importa lo cercano o distante que se encuentre nuestro “príncipe azul”, lo que Dios une, no lo puede separar el hombre.
Silvia Bolet de Fernández
Tomado de la Biblia Devocional para Mujeres.
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